Liberación del movimiento
Isadora Duncan (1878-1927) fue la creadora de la danza
contemporánea; en cierta forma, fue aplicando los mismos principios a la danza
que la sociedad comenzaba a aplicar a la mujer, liberándola de la rigidez de
siglos y descubriendo un nuevo poder en ella. Buscaba la libertad de
movimiento, la improvisación y además, otra cosa en común con la danza
oriental, es que bailaba descalza.
Ruth Dennis (1879-1968), fue una de las más destacadas
herederas del espíritu de Isadora en los
escenarios. En una de sus giras se enamora de un cartel anunciador de
cigarrillos “Deidades egipcias” y a partir de aquí crea coreografías inspiradas
en temas orientales.
Ruth Sant Dennis
Carmen Tórtola Valencia (1882-1958), figura a reivindicar
dentro de las artes españolas. Hablaba varios idiomas, al estallar la guerra
civil se declara republicana, vegetariana y budista, fascinada por los bailes
de África, Oriente Medio y de la India.
Como las bostonianas de Henry
James, así se amaron Tórtola Valencia y Ángeles Magret-Vilá. En secreto.
Calladas. Con furia. Que desafiaron los convencionalismos de una España
insólita y vanguardista en la que brilló con especial fulgor una de las tres
figuras medulares de la danza mundial: Carmen Tórtola Valencia. Su singular
historia de amor es solo una de las muchas puertas de entrada a una agitada y
tumultuosa vida que preconiza la libertad femenina como una de las mayores
conquistas de nuestro tiempo.
Carmen Tórtola Valencia
La vida como ficción, la Bella
Valencia -como se la conocía en los círculos artísticos- nació en Sevilla en
1882. Nadie como ella supo forjar su propia leyenda. Como todo relato épico, su
historia contenía algo de ficción y exceso. Tejió su misterio antes de
cultivarlo. Se entrenó en la insinuación, el exotismo y la sensualidad.
Su padre era el catalán, Florenç
Tórtola Ferrer y su madre la andaluza Georgina Valencia Valenzuela. Cuando la
pequeña Carmen solo contaba con 3 años, toda la familia Tórtola-Valencia marchó
a Londres para labrarse un porvenir. Este nunca llegó. Los padres de la
bailarina emigraron nuevamente a México buscando fortuna. La muerte les atacó
en el estado de Oaxaca entre 1891 y 1894. La orfandad se convirtió en el primer
hecho trágico que Tórtola incorporó a su vida legendaria. Una familia de la alta
burguesía londinense formó a la pequeña Carmen: cinco idiomas, estudios de
danza, música y dibujo llenaron la mochila emocional con la que Tórtola tuvo
que enfrentarse al mundo cuando su tutor fallece en 1906.
La infancia de Tórtola estuvo
ligada a cuchicheos variados cuyo germen residía en la cabeza de la misma
Carmen: que si era sobrina de Goya, que si era la hija bastarda de algún
díscolo miembro de la familia real española, que si un noble inglés era su
verdadero padre… Todo le servía a esta arqueóloga de la danza para diseñar el
misterio que debía acompañarle. Ella misma con su anecdotario alimentaba la
leyenda.
El escritor Luis Antonio de
Villena fue el recuperador de la figura de Tórtola en los artículos y prólogos
que dedicó desde 1975 al novelista decadente Antonio de Hoyos y Vinent, Grande
de España. Este fue uno de los tres hombres con los que se relacionó
amorosamente a Carmen -los otros fueron el rey Alfonso XIII y el archiduque
José de Baviera-. Con Antonio, Carmen solo compartió una densa amistad
-salpicada por la ideología izquierdista que ambos cultivaban- que les sirvió
para ocultar sus verdaderas preferencias amorosas. Estos célebres nombres
alimentaban el universo de Carmen que ella misma aderezaba a su antojo. Cuenta
De Villena que cuando estrenó la llamada Danza incaica inventada por ella
misma, con un vestido lleno de tubitos color hueso, dijo que era un vestido
hecho con huesos de los conquistadores. Nadie lo creía pero quedaba muy bien.
Sin duda, la leyenda es parte de la creación del artista y en el periodo
simbolista de entre siglos se dio abundantemente.
Carmen torcía el cuello y
parecía que el mundo se daba la vuelta. Bailaba con una técnica natural pero
tremendamente rupturista e influenciada por danzas orientales, indias, africanas
o árabes que ella misma se encargaba de investigar en los incontables viajes y
lecturas que realizó a lo largo de su vida. Imbuida por el arte de la Bella
Otero, Nijinski, Isadora Duncan, Ana Pavlova o Maud Allan, fue labrando su
propio estilo. Uno que encandiló a los pensadores y poetas españoles de
comienzos del Siglo XX; Valle-Inclán, Pío Baroja o Rubén Darío comprendieron la
intelectualización de su baile. Pudo ser bisexual, budista y morfinómana, pero
sobre todo fue una esteta a carta cabal, afirmó Luis Antonio de Villena.
Fue
pionera de la libertad femenina; Tórtola
fue una excéntrica de su tiempo que bailó ante el sultán de Turquía
incorporando por primera vez en la danza española una mixtura perfecta entre lo
oriental y lo puramente erótico. Algunos quisieron compararla con la mítica
Mata-Hari y ella, evidentemente, no se opuso. Icono de la marca de cosméticos
Myrurgia, se dejó retratar por pintores como Zuloaga o Anglada Camarasa. En
1917 se inició en el cine mudo y actuó en los filmes Pacto de lágrimas o La
Pasionaria. En esta última película -dirigida por Joan María Codina- se
interpretó a ella misma en un argumento que se daba de bruces con su incipiente
feminismo y su insondable libertad: una joven se ve obligada a abandonar su
casa paterna tras sufrir una violación. Al reclamar su padre al violador que
repare su oprobio casándose con su hija, este solo ofrece dinero, lo que
provoca un ataque al padre que le deja postrado. La joven se marcha a América,
donde triunfa como artista con el nombre Tórtola Valencia. Años después,
regresa y recupera el amor de su padre y de su antiguo novio.
Tórtola Valencia fue la primera
en muchas conquistas y así lo certifican libros como Tórtola Valencia and Her
Times (1982) de Odelot Sobrac o el más reciente Tórtola Valencia, una mujer
entre sombras (2005) de María Pilar Queralt. Fue de las primeras personas en
abrazar el budismo en nuestro país; se declaró vegetariana en una época donde
el cordero, la ternera o el conejo eran bocados selectos; fue una de las
primeras mujeres que se negó a llevar corsé, una prenda que ella tildaba de
“cárcel de los encantos”; manifestó su republicanismo pese a codearse con la
alta aristocracia y dedicó los últimos años de su vida a coleccionar piezas de
arte precolombino mesoamericano.
Tórtola se retiró poco después
de la Primera Guerra Mundial. Alegó que lo hizo por una promesa a su compañera
Ángeles que enfermó gravemente. La realidad, como siempre, era más profana:
Carmen no soportó la irrupción del cine sonoro y prefirió retirarse a tiempo.
Practicaba un arte efímero y antes de la guerra civil ya estaba muy olvidada.
Como lo hubiese estado Mata-Hari de no haber sido fusilada por espía doble en
1917.
Murió a la manera de las grandes
reinas locas, retirada en una torre en el barcelonés barrio de Sarrià en 1955.
Lo hizo en brazos de su gran amor –Angelita- a la que trece años antes había
adoptado legalmente para acallar rumores. Y lo hizo también con una notable
adicción a la morfina, costumbre establecida entre los artistas decadentes de
principios de siglo.
Carmen Tórtola Valencia
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